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El último guerrero celta

Todo lo que se ve a través de la televisión resulta totalmente mucho más fácil de lo que realmente es. Convertirse es ídolo de un equipo es algo mucho más complejo aún. Porque para llegar a ser querido como ningún otro no solo se necesita ser talentoso (con todo lo que eso implica), no alcanza con haber ganado partidos, campeonatos.

Ser ídolo, o lo que se conoce como “el niño mimado”, no es para cualquiera; hace falta un carácter que lleve a la empatía con el público, una forma de ser que se construya a lo largo del tiempo en las buenas y en las malas situaciones, independientemente del aparato de marketing que toda estrella trae consigo.

“Pasó muchos años magros y nunca le escuché decir que quería irse. Simplemente persistió y siguió esperando la mejora del equipo”. Estas palabras de Doc Rivers describen mejor que nada por qué Paul Pierce ya quedó para siempre en la historia grande de los Boston Celtics.

Diecinueve años después de haber llegado a Boston “The Truth” pisó por última vez el mítico parqué. El domingo 5 de febrero de 2017 quedará marcado como la despedida de Pierce de la ciudad en la que fue grande y nunca lo olvidarán. Pasó con los Clippers para jugar su último partido en el TD Garden. Su entrenador – que no es otro que el mismo con el que salió campeón con los Celtics – no tuvo mejor idea (avalado por todo el plantel angelino) que comenzar con él como titular para que reciba el calor y la gratitud de todo el público local, cuando apenas había jugado 12 partidos en toda la temporada.

Pierce fue seleccionado en la décima posición del draft de 1998, y a partir de ese momento comenzó un idilio sin fin con la parcialidad bostoniana, que hizo emocionar hasta las lágrimas a “su” número 34.

Los Celtics regresaron a las primeras planas cuando se formó aquel equipazo que juntó a Pierce con Kevin Garnett, Ray Allen y donde también explotaría el mejor Rajon Rondo. Con Rivers en el banco Boston volvió a gritar campeón en la 2007/2008 luego de 22 años, y allí sellaría para siempre su estampa de héroe. En total jugó 1.106 partidos (tercero en la historia) y llegó a un total de 24.021 puntos, con los que se mantiene como el segundo máximo anotador en la historia de la franquicia, detrás de John Havlicek.

El anillo de campeón, sus proezas dentro de la cancha y sus números milenarios forjaron una gran estrella, pero su capacidad para ser ídolo va más allá. Pierce fue un celta desde la primera hora, y hoy lo demostró besando el símbolo pintado en la cancha. Esas cosas no se entrenan.

Fuente: enebea.com

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