Fin del conflicto

• Pablo Tosal (ptosal@pickandroll.net)
• 01/03/2009
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El jueves, Rubén Magnano se desayunó tempranito con una bomba. Felipe Lábaque, el presidente del club, le habló para decirle que su hijo Bruno se quería ir de Atenas. En principio se habló de diferencias basquetbolísticas. En realidad había bastante más que eso.

Sorprendido, Magnano supo que tenía que actuar rápido. Y con clase. Ni más ni menos que el base del equipo y el presidente le soltaban una brasa ardiente. Tomó el toro por las astas y se fue a la casa de Bruno: lo primero que le dijo fue que él, como entrenador, no consideraba como una presión el posible alejamiento. En otros términos, le planteó que no iba a aceptar que le “marcara la cancha”. Fue cauto pero determinante.

Le afirmó, además, que si se iba les causaría un problema a sus compañeros y también a él como técnico. Entonces Bruno se “ablandó” y soltó sus problemas, más allá del básquet. Se abrió un diálogo que terminó cuando Magnano le pasó la pelota para que Lábaque decidiera: si estaba convencido de seguir, lo esperaban para entrenarse por la tarde.

Según Magnano, hablaron 10 por ciento de básquet y 90 por ciento de la parte humana. Para Bruno, que reconoció que estaba golpeado anímicamente, su interlocutor fue “técnico, amigo, consejero y casi psicólogo”.

“Si vas a la práctica de la tarde es que seguís en el equipo”, le dijo Magnano antes de irse. Partió con la serena convicción con que había llegado. Afuera, el sol de la siesta pegaba duro.

Bruno apareció a la hora convenida en el Polideportivo de calle Pinzón. Ahí estaba su respuesta: se quedaba en Atenas.

Pocos sabían cuánto había en juego en esa presencia. Ni siquiera muchos de sus compañeros. Si hasta varios manifestaron desconocer la historia hasta que se publicó.

La explosión de Bruno. “Se me hace muy difícil estar lejos de mi hijo, de mi familia. Yo no estaba bien y no se daban los resultados. Y cuando perdés hasta se te hacen más largos los días. Era un problema mío. Y exploté”, admitió Lábaque, a quien le pesa la distancia cotidiana con su hijo Felipe y su esposa, la actriz y vedette Pamela David, que está haciendo temporada teatral en Mar del Plata.

Lo dijo ayer, minutos antes del partido. Y luego se deshizo en loas para Magnano. “Me saco el sombrero. Rubén se portó como un señor. Soy un agradecido, fue casi un psicólogo. Me escuchó, me aconsejó, pulimos cosas sobre básquet y vi que el equivocado era yo. Me dio el respaldo que necesitaba y no creía tener. Más que un técnico es un amigo. Siempre sostuve que es el mejor entrenador del país. Y si antes lo admiraba, ahora lo admiro más”, remarcó.

En la charla, Magnano desarmó todos los argumentos basquetbolísticos que le pudiera cuestionar Lábaque, pero sobre todo lo contuvo anímicamente y lo hizo sentir importante en el equipo. Si alguien creyó que Bruno estaba complicando al técnico con su movimiento de fichas, el campeón olímpico devolvió la jugada confirmando su poder y su capacidad de conducción.

Inclusive Felipe Lábaque resaltó ayer su “confianza ciega” en el técnico y volvió a cargar responsabilidades sobre los jugadores por el bajón. “Mi confianza está puesta en Rubén. Y es confianza ciega. Lo que pasó con Bruno representó una situación muy incómoda, pero si el DT entiende que alguien se tiene que ir, se tendrá que ir, por más que sea mi hijo”, sostuvo.

Es que para “Felo”, en el plantel pasa algo. “Hay algo. No sé qué es. Los jugadores no lo dicen. Rubén y yo les preguntamos qué les pasa. Les ofrecí hablar como presidente, como amigo. Todos repiten que este momento ya va a pasar”, confesó.

En la otra vereda, Magnano descree de los conflictos internos. “Desconozco los problemas que dice ‘Felo’. Y esta no es una situación desesperante: yo no me olvido de los objetivos planteados. Sólo tenemos que tener el ingenio para ser los que éramos. A los jugadores les repito que no hay nombres propios: los malos y los buenos momentos son de todos. Y no se me cruza la posibilidad de cortar ni a Bruno ni a nadie. Estos son los jugadores que yo elegí y con los que vamos a salir adelante”.

Por lo pronto, el DT pasó la tormenta. Puso de su lado a Bruno y de paso se ganó el respaldo de un presidente que sabía que si el hilo se cortaba era para que su hijo se alejara del club. No fue un amor de verano, aunque sí una historia de novela.

Gabriel Rosenbaun - Diario La Voz del Interior