La prudencia que el técnico estadounidense ha transmitido en todo momento sobre el favoritismo de su equipo está cada vez más justificado. El cuadro estadounidense cerró la primera parte frente a Argelia, una selección plagada de jugadores que militan en la segunda división francesa, con diecinueve puntos de diferencia, algo sonrojante para todo un conjunto de profesionales NBA. Frente a Aleamania y, después de medio encuentro, era aún peor: 51-52.
Por tanto, George Karl sabe de lo que habla. Puede que haya decidido curarse en salud en vista de las angustias que los anfitriones del campeonato sufrieron en su última comparecencia internacional -Sydney 2000- o que, realmente, se tema lo peor. Nadie puede discutir a estas alturas que la diferencia entre los jugadores americanos y los del resto del mundo, especialmente los europeos, es cada vez menor.
Basta con echar un vistazo a las plantillas de la NBA para constatarlo. Tampoco entra en discusión que unas cuantas selecciones están empezando a hacer sombra a los Estados Unidos y ahí pasan por la cabeza nombres como Yugoslavia y Lituania.
Pero de eso a que un combinado recientemente relanzado dentro del concierto internacional por la presencia del fantástico Dirk Nowitzki le apriete las clavijas en su propia casa, que es el caso de Alemania, hay una enorme distancia.
Y es que Estados Unidos puso doce puntos de diferencia (5-17 m.5) y empezó a revolver el banquillo, a adornarse -poco, la verdad-, y a pensar que el trabajo había terminado. Pues no, faltaba mucho, más de lo que ninguno de sus jugadores hubiera podido imaginar.
Lo más inquietante desde la perspectiva estadounidense, por mucho que pese a sus incondicionales, es que Alemania dispone de algunas buenas individualidades, pero carece de solidez colectiva. O sea, que el desbordante baloncesto de Nowitzki -veintidós puntos hasta el intermedio- y el apoyo esporádico de algún compañero bastó para que Alemania, no es broma, dominase la situación a catorce minutos de la bocina (64-63).
El ejecutor del sueño germano, como no podía ser de otra forma, fue Nowitzki. Tres tiros libres con su firma hicieron posible el 64-63 que Estados Unidos soportaba ante la mirada estupefacta de Karl y su cuerpo técnico con poco más de un cuarto por delante.
Ahora bien, la ocasión se le presentó a una selección poco adecuada. Una posición de debilidad como la que soportaban los norteamericanos habría puesto el pabellón boca abajo si se le hubiera cruzado por delante a Yugoslavia o, quién sabe, a su último verdugo, España.
El caso es que Michael Finley acertó con un par de triples al borde del límite del tercer cuarto (67-77) y eso dio alas a los anfitriones, que con el hueco nuevamente abierto en el marcador y los alemanes convencidos de que ya habían hecho más que suficiente dieron carpetazo al partido.
Alemania 87 (21+30+16+20): Demirel (-), Garris (5), Okulaja (19), Nowitzki (34), Femerling (4) -cinco inicial-, Nikagbatse (6), Pesic (9), Arigbabu (-), Lutcke (6) y Rodel (4).
Estados Unidos 104 (29+23+25+27): Baron Davis (15), Pierce (26), Finley (21), Wallace (2), O´Neal (11) -cinco inicial-, Marion (8), Antonio Davis (7), Miller (6) y Brand (8).
Arbitros: Sancha (ESP) y Mayberry (AUS). Excluyeron por personales a Miller (m.38)
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