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Historia

En primer lugar, es un enorme mérito de Peñarol y Quilmes haber llegado a este punto. Y como lo han hecho. Porque los dos equipos marplatenses representan uno de los poquísimos casos de supervivencia de clubes que afrontaron con recursos genuinos la aventura de la Liga Nacional de Básquetbol.

La competencia que revitalizó el básquetbol argentino todo produjo enormes beneficios, por un lado, pero por otro también fue muy cruel con aquellos que, por un motivo u otro, no tuvieron o no supieron generar la estructura para soportar sus costos.

Entonces, haberlo logrado, y en una ciudad en la que los clubes tienen que pagar hasta el alquiler del estadio donde juegan (con la enorme y silenciosa contribución al Estado que hicieron, hacen y harán las instituciones deportivas), cuando son incontables los ejemplos de aquellos que quedaron al costado de la ruta, es poco menos que una proeza.

Para ello fue decisivo que los caminos de Peñarol y Quilmes hayan confluido en este duelo. La contribución del clásico a la popularidad del básquetbol en Mar del Plata y a la afirmación de la identidad deportiva local no tiene precio. Podrá haber más o menos gente en los estadios, pero el marplatense amante del deporte, con los años, se hizo de uno u otro. En algún lado, tiene su corazón. Pero lo tiene acá. No en Buenos Aires. Acá.

Es interesante también reflexionar sobre cuáles cien partidos ingresan en esta estadística. Ni más, ni menos, que todos los oficiales que Peñarol y Quilmes jugaron desde el 22 de setiembre de 1991, fecha del primer choque en la máxima categoría de la Liga Nacional, incluyendo otras competencias por los puntos como la Copa Argentina y el Torneo Super 8.

Ese 22 de setiembre, por lo tanto, vendría ser en la historia del básquetbol de la ciudad algo así como el nacimiento de Cristo en la historia de la humanidad. Arbitrario o no, marca un corte, una división. Porque hoy se habla de los cien clásicos como si en Mar del Plata antes jamás se hubiese jugado a este deporte.

¿Es justo? Probablemente no. Pero es lógico. El proceso que llevó a los equipos de Mar del Plata a la aventura de la Liga Nacional se hizo imparable después de ese partido. Lentamente, tal vez más lento de lo que muchos hubieran querido, se vieron frutos. La ciudad, que entonces apenas tenía tradición basquetbolística (comparada con otras, claro), despacito, al abrigo del calor de la popularidad que ganaba este deporte, empezó a generar sus propios proyectos, sus jugadores, sus entrenadores y a festejar aquellos títulos que otrora les envidiaba a los demás.

La Liga y el superclásico cambiaron la historia en el básquetbol de la ciudad. Sólo un necio lo discutiría. Pero estaría bueno tener presente que una y otro no cayeron a Mar del Plata desde un paracaídas. Que hombres de otro tiempo, hoy olvidados, trabajaron para que los marplatenses disfrutemos de la competencia nacional y de su gran partido. Que la tradición de hoy tiene sus raíces ayer. Y que a Tato Rodríguez, el hombre que más partidos jugó y más puntos hizo en estos cien clásicos, un símbolo de esta historia reciente, le enseñó los primeros secretos Adolfo Urciuoli, un emblema de los años románticos. Nada es casualidad.

Sebastián Arana - Diario La Capital

COMENTARIOS (3)

motherfucker 13/03/2012

tanto pamento hacen, ni que fuera river-boca o independiente-racing

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pela 14/03/2012

espamento se dice pedazo de analfabeto, y si no te interesa metete en el ole!

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milrayita 14/03/2012

esto es basquet no es futbol salame tomatelas

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