Redacción, 12 Ago. 2012.- Estados Unidos conquistó la 15ª medalla de oro de su historia tras vencer, en un partido de leyenda, a una España maravillosa que se atrevió a ser realista, soñar lo imposible y meterle miedo al mejor equipo del mundo hasta el minuto final.
Con Navarro de líder, España arrancó de forma frenética (7-12, m.4), si bien Estados Unidos se sintió muy cómoda planteada por su rival y, con los puntos de Bryant, Anthony y Durant, se escapó en el marcador y amenazó con romper el partido (35-26, m.10). Sin embargo, la entrada de Sergio Rodríguez a pista le dio velocidad a su equipo, y, con un 0-9, España se metió en el partido, llegó a ponerse por delante tras triple de Llull (41-42) y se fue al descanso rozando la gloria (58-57), tras una primera parte para recordar toda la vida.
La épica creció en el tercer cuarto, con Pau Gasol ejerciendo de mejor jugador de la historia de su país para, con 13 puntos consecutivos, volver a poner en jaque (70-71, m.25) a un combinado norteamericano donde siempre respondían Durant y Bryant. La imposibilidad de mantener su corta ventaja y el acierto estadounidense acabó minando las opciones españolas, pese a entrar en el último cuarto plenamente vivo (85-84, m.31).
Al final, cinco puntos consecutivos de Paul y la defensa de Estados Unidos acabó por desquiciar a un subcampeón que murió con épica, luchando hasta el último segundo, para un 107-100 que, si bien no vale el oro, merece la eternidad.
Navarro, el soñador
Era el partido de los sueños, y en los sueños todo vale. La imaginación, el único límite. Con esas reglas, el conformismo es pecado. ¿Cómo iniciar un partido a lo grande? ¿Con una mera canasta? ¿Mate de concurso? ¿Triple tal vez, que duele más? Puestos a soñar, ¿por qué no con la jugada que más puede sumar de una tacada en el baloncesto? ¿Por qué no dibujar a Navarro anotando triple más adicional en la primera bola que tocaba?
Y es que Navarro, por sí mismo, es puro sueño. Trazo a trazo, al escolta le pintaron con esmero, con grandeza y épica. El enterrado, el errático, el cuestionado. Menudo insulto cualquiera de esos calificativos al lado de su nombre. Cuán sacrílegas las dudas, qué cortante su respuesta. A la siguiente que le llegó, otro triple. Y a la tercera, el tercero. 7-12 en cuatro minutos. La catarsis, la histeria. El inicio soñado.
España hubiera volado como voló tantas veces de la mano de Navarro si no fuera porque enfrente tenía a un conjunto temible, a un verdadero coco, de esos que meten miedo con solo oír su nombre, que te destrozan sin nocturnidad pero con doble de alevosía. Solo hay algo más peligroso que el Dream Team… el Dream Team enfadado. Y pronto lo descubriría su rival. Cómodos en la zona planteada por Scariolo, con las estrellas anotando sin cambiar su cara de poker, todo grandeza, Estados Unidos convirtió uno de los deportes con más variantes y complejidades en un sencillo juego de niños a base de triples en franca posición, tan limpios como su propuesta baloncestística. Bryant y Anthony prendían la mecha. 11-2 en poco más de un minuto y a apagar las alarmas (18-14, m.5).
El ataque español, con Pau asistiendo en silencio y sus compañeros fintando en cada acción, funcionaba, aunque la defensa pedía a gritos un punto más de agresividad y el rebote ofensivo norteamericano tomaba visos de sangría. Otro minuto de inspiración de Carmelo Anthony, con cinco puntos consecutivos, establecía la máxima para su equipo (25-16, m.6), y pese a que Navarro igualaba en solo 8 minutos su tope anotador en estos Juegos -14 puntos-, Estados Unidos lo hacía muy fácil y lo anotaba absolutamente todo desde lejos (30-21, m.), con Durant ya a la cabeza de una sintonía sencillamente perfecta.
Empero, cuando Estados Unidos parecía escaparse, apareció Sergio Rodríguez para inventarse su enésima conexión con Rudy Fernández, que convirtió el pase más preciso en el mate más bello para impulsar a España al término del cuarto: 35-27. Si todo recordaba tanto a los viejos tiempos… ¿cómo no ilusionarse dijese lo que dijese el maldito marcador?
Aroma a Pekín en Londres
Las revoluciones se producen en los callejones sin salida, escribía Bertch, y era un buen momento para la rebelión. No había nada que demostrar a estas alturas de la película. No obstante, a la Historia, a esa que se escribe en mayúsculas, siempre hay que rendirle pleitesía. Lo terrenal podía esperar y, para despegar, pocos fuegos queman más que el de Sergio Rodríguez. Pirómano en pista, mechero en mano para incendiar con su electricidad, el canario se puso a correr y ya nadie le siguió. Parecía el Sergio de los 18 años, el que se reía con su superioridad de sus rivales en el Europeo Junior, solo que esta vez los coast-to-coast eran frente a los mejores bases del planeta.
Su chispa encendió a España, que con el cambio a defensa individual y su apuesta por la velocidad, endosó un 0-9 a su rival que estrechaba la diferencia hasta su mínima expresión: 35-34 (m.12). La sonrisa había vuelto. James respondía con un mate cargado de rabia y Estados Unidos seguía anotando con fluidez, pero su oponente había perdido cualquier tipo de miedo, si es que alguna vez lo tuvo, y sintió que el olimpo tenía escrito su nombre. Las canastas de Marc bajaban con hielo, Rodríguez se sentía con fuerzas hasta de picarse con Chandler y Llull no sufría de vértigo para anotar el triple que ponía a España otra vez por delante (41-42, m.14). La remontada era un hecho.
El vigente campeón no se amilanó. No tenía motivos para ello. Balón a los pesos pesados, nervios a un lado y a volver a jugar. Qué sencillo parecía. Un 2+1 de Kevin Durant y cuatro tiros libres seguidos recomponían la situación (50-44, m.15). El partido se le iba de las manos a los árbitros y, en el concierto de pitos y lotería de personales, Navarro y James intercambiaban golpes… hasta que Deron Williams entraba en escena con un triple que dolía: 58-51 (m.19).
Podía ser el golpe certero, el despegue definitivo a aquel que no gana sino que pisa, mas España volvió a respirar con un final muy serio, justo premio a su cuarto más grande, y con 7 puntos desde la línea de tiro libre, le pisó los talones a su rival al descanso (59-58) e incluso pudo haberse ido con ventaja si hubiera aprovechado la última posesión. Definitivamente, había mucho de Pekín en Londres. Y de Kaunas, Katowice, Saitama o Lisboa. Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen, sí. Pero ya no lo parecía y la frase de marras, convertida en lema en el calor de Twitter, cobraba cuerpo y forma. Era posible.
El baile de Pau Gasol
De plata u oro, España siempre es ganadora. Y un ganador no entiende de derrotas honrosas. Su alma necesita verse por delante. Lo buscó con ahínco y, a pesar de que que falló en sus dos primeros intentos y Chris Paul lo puso cuesta arriba con un triple, Pau Gasol estaba decidido a realizar algunos de los minutos más hermosos de toda su carrera para cumplir el reto común.
Por momentos no fue un jugador. Ni siquiera un líder o una estrella. Era más, mucho más. Pau bailaba en la zona. Tango, ballet clásico, qué más daba. Era su baile. Era su ritmo. Era su partido. El de su vida, el de toda una generación de jugadores que crecieron con él, el de toda una generación de amantes del baloncesto que quisieron más y más este deporte por sus méritos, por sus hazañas, por días tan dorados como este 12 de agosto, por más que se tiñiese de plata. Era una final olímpica, era una revancha, era un grito, era su propia vida en verso. Su poema más sincero.
La pedía, la pedía una y otra vez. Y jamás decepcionaba. Nunca lo hizo y menos hoy. Juego de pies, posteo, reverso, canastas a aro pasado. Todo Pau. Con 7 puntos consecutivos, España tomaba otra vez la delantera (64-65, m.23). A continuación ponía la máxima para los suyos, de solo 3 puntos (64-67) y, un minuto más tarde, le daba el golpe definitivo al cuarto con otro 2+1 tras jugar literalmente con su defensor. 70-71, con 13 puntos de Pau, la dictadura de la excelencia, y punto álgido a un partido que haría llorar de alegría al mismísimo Naismith.
Porque Estados Unidos y España se necesitan. El campeón para magnificar su victoria, frente al rival que más le exprime. El caído, para engrandecer su derrota, contra el oponente que más le exige. Es un amor previsible y un divorcio necesario al mismo tiempo. Kobe Bryant ejercía de antagonista perfecto al sueño de verano español con un triple que cortaba el clímax más logrado. Más tarde, Durant se vestía de Durant para volver a poner en aprietos a los de Scariolo (77-72, m.27), aunque España se levantaba del suelo con un contraataque de libro de Sergio y el enésimo acierto de un Pau poseído por la divinidad (80-78).
Para colmo, el mayor de los Gasol aprovechaba que medio equipo norteamericano iba a por él cuando recibía para asistir a sus compañeros, con Ibaka exprimiendo con inteligencia sus opciones durante la recta final del cuarto. Sus cuatro puntos finales, desde la línea de tiros libres, dejaba el partido tal y como estaba en vestuarios (83-82). Habían pasado tantas cosas… que nada había cambiado. Y eso, simplemente eso, ya era un regalo.
La derrota dorada
Hace ya 2502 años, Filípides corrió de Maratón a Atenas para anunciar que los griegos le habían ganado la batalla a los persas. Su carrera, agónica, terminó en la muerte, en la forma más digna de hincar la rodilla. España, que corría desde el minuto 1 por un sueño, por su sueño, que construía los cimientos para su día más grande desde aquel oro junior en Varna 98, jamás se retiraría de la maratón de su vida, aunque las fuerzas faltasen.
Estados Unidos olió el cansancio de su rival y pese a que Llull respondió bien el primer golpe de James, la aparición de Chris Paul terminó de romper la resistencia numantina de los guerreros de Scariolo. En una revolución se triunfa o se muere, y el destino, por tercera vez tras Los Angeles y Pekín y con idéntico verdugo, extendió su pulgar en señal de sacrificio. Un triple y una sencilla penetración del base norteamericano rompían la igualdad que presidía el choque desde el descanso y, en la siguiente posesión, el triple de Durant tenía olor a victoria: 93-86. Pollice verso. El gladiador, derrotado.
España había perdido fuerza en el rebote y, si bien parecía encontrarse mucho más cómodo con el nuevo escenario visto tras el descanso, en un encuentro con menor ritmo, se perdía en la asfixiante defensa de los estadounidenses, que ya se sentían ganadores. Carmelo Anthony pudo poner a los suyos con 12 de ventaja pero el triple no entró y Pau, siempre Pau, respondió para darle aliento a su equipo. Después, entre Navarro y Rudy el partido recobraba una vida (97-91, m.37) ficticia que LeBron James arrebató con su mate más letal. El oro era un hecho.
Aún hubo más momentos de épica, más motivos de orgullo, más gestos para el recuerdo. Marc Gasol creyendo en la remontada con el partido ya roto, como si hubiera un quinto cuarto esperando para los héroes, su hermano Pau ovacionado por el público al irse al banquillo, Sada y Claver sintiéndose partícipes, saltando a la pista en toda una final olímpica, Paul anotando y anotando para la posteridad.
Celebración de los ganadores, ojos enrojecidos de los derrotados. Aquel “qué lástima” en los labios de Pau, desde el banquillo. Los simbólicos abrazos, el consuelo del desconsolado. El 107-100 final ya fue inamovible. España llegó a Atenas, con el Partenón en mitad del excelso 02 londinense, y exhaló el célebre Nenikékamen (“Hemos vencido”) de Filípides antes de morir a manos de un campeón inmenso. Su victoria fue de plata. Sus lágrimas, que siempre fueron las nuestras, más doradas que el metal.
Nota: Daniel Barranquero - www.acb.com
Lebron Jaime 13/08/2012
¿Pero de qué leyenda habla este pibe?. USA lo ganó cuando quizo. Dejense de joder.
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