Los pensamientos y los sentimientos se baten a duelo todo el tiempo. Todo el mundo se pregunta si hacerle caso a la voz del corazón o a la voz de la mente, ya sea en la vida cotidiana o al momento de tomar una decisión trascendente. La cuestión se complica aún más cuando las raíces tiran más que nunca y la tradición y el sentido de pertenencia construyen un muro que parece imposible de sobrepasar.
El que logró lo que parecía imposible fue Eduardo Dominé. Hasta el lobo marino de Mar del Plata sabe que por sus venas corre sangre roja, blanca y negra. Quilmes es su vida. Tanto que lleva su escudo tatuado en un brazo. Sin embargo, y contra todos los pronósticos, un día hizo tripa corazón y decidió cambiar el confort por el desafío. Por primera vez en 28 años iba a jugar en otro club: Obras Basket lo esperaba con las puertas abiertas.
“Yo me voy a Obras para la Liga 98-99. Vino ‘Chocolate’ Raffaelli y me dijo que tenía un club ideal para mí. A Obras ya lo conocía, imaginate. Cuando era chico y armaba un partido imaginario, era Obras Sanitarias contra cualquier equipo. En ese momento la Liga no existía y el equipo tenía los mejores jugadores y era el campeón de la William Jones”, recuerda, para luego meterse de lleno en el repaso por sus siete temporadas en el club.
“Obras siempre fue un reflejo para mí, era como verlo cuando venía con la Selección de Mar del Plata o cuando hacía giras por todo el país. El de la primera temporada era un equipo que iba a dirigir el ‘Tola’ Cadillac, al que quiero un montón. Iba a tener jugadores jóvenes, como el caso de Roberto Gabini, Pablo Prigioni, Diego Ricci, Cristian Aragona, uno de los mellizos Raffaeli, Matías Pelletieri y Matías Novoa. Un montón de juveniles que necesitaban un jugador de experiencia para cubrir el escolta. Y bueno, esa fue mi primera salida de Mar del Plata, casi a los 29 años. Era mi primer cambio de club. Pero bueno, la verdad que viví momentos increíbles. Me instalé en Parque Patricios, muy lejos de Núñez, a cuatro cuadras de la cancha de Huracán. Alquilamos en el mismo edificio de mi cuñada para tratar de que mi mujer estuviera cerca de la hermana. Yo tenía que hacer un sacrificio grande para ir y venir todos los días, pero la pasé genial. Ya el primer año fue muy bueno, en un equipo que tenía dos potenciales tremendos jugadores como Gabini y Prigioni. Todos rindieron muy bien, pero se notaba que ellos dos querían más. Al final, Roberto terminó jugando en Europa y Pablito todavía lo hace en la NBA. Es un orgullo haber podido compartir cosas con todos ellos”, cuenta.
Al mismo tiempo, todavía se sorprende con la química que logró el equipo el primer año para quedar entre los mejores cuatro de la Liga Nacional. “Con ese equipo, al que luego se agregó Lázaro Borrel, llegamos a semifinales. De hecho perdemos porque no tuvimos a Lázaro, que se tuvo que volver a Cuba. En cuartos de final dejamos afuera a un Boca muy poderoso y Borrel metió 51 puntos en el quinto partido. Fue tremendo perderlo después. Más adelante fueron dos temporadas más sin tantos nombres pero haciendo buenas Ligas”, dice.
Y agrega: “Hasta que en el club hubo un cambio dirigencial con el presidente Fabián Borro a la cabeza. Yo ya estaba un poco volviendo a Mar del Plata, no sabía cómo iba a ser mi futuro. Pero Fabián se vino a la ciudad para reunirse conmigo y me dijo que quería que yo vuelva, que era un jugador con el que estaban muy contentos. Ellos habían visto mi manera de comportarme. Me dijo que era el primer arreglo que querían tener. Hablamos un montón sobre lo que era el equipo y el proceso nuevo del club. Entonces firmé por dos años, en un contexto económico difícil para el país. Armamos un equipo humilde, con buenos jugadores pero sin pensar en llegar otra vez a semifinales. Quizás por algunos problemas de lesiones no pudimos llegar un poco mejor. Pero bueno, siempre defendí la camiseta y me sentí cómodo”.
También recuerda lo bien que la pasó él y su familia durante su años en Capital: “Siempre me trataron espectacular. Cada logro individual que tuve, el club siempre me lo reconoció. Siempre voy a hablar muy bien de Obras porque me sentí como en casa. Es un club de lujo, más en una zona donde se respira deporte. Soy un agradecido de haber tomado la decisión de jugar ahí, a pesar de que tenía la idea de nunca cambiar la camiseta. Tenía miedo al cambio, pero fue todo lo contrario. Fueron siete años espectaculares, porque además fui formando a mi familia. Aldana nació cuando yo estaba haciendo la primera pretemporada con el equipo, así que sus primeros siete años fueron en Avenida Del Libertador. Y después Martina nació en Buenos Aires. Las dos fueron al jardín del Instituto. El club nos abrió las puertas y nos cuidó a mí y a mi familia. Fue como una continuidad de mi bienestar en Quilmes”.
Dominé no solo dejó grabado en el Templo del Rock su talento como jugador, sobre todo a la hora de anotar, sino también una amistad muy grande. “Llegó al club como un jugador que había estado toda su vida en Quilmes, pero en poco tiempo pegamos buena onda en lo personal y también dentro de la cancha. Eduardo es una persona muy abierta. Las dos familias nos empezamos a llevar bien enseguida, y es el día de hoy que compartimos con nuestros hijos momentos muy lindos. Quedó una gran amistad, cada vez que nos juntamos disfrutamos mucho de estar juntos y recordar momentos de nuestras carreras, tanto dentro como fuera de la cancha”, asegura Diego Ricci, compañero, amigo y otra de las glorias de Obras.
“Fue una de las figuras más importantes que tuvo el club, porque realmente ya venía con una carrera iniciada y como uno de los mejores tiradores de tres puntos. Para mí es uno de los más grandes tiradores que tuvo la Liga Nacional en su historia. Es un tipo que entrenaba y era ganador. Dejaba todo en la cancha, más en un equipo lleno de jugadores jóvenes. Su paso por Obras fue muy valorado, se identificó mucho con la camiseta. Estoy muy agradecido por lo que le dio al club”, completa.
Dominé nació el 25 de febrero de 1968 en Arrecifes, Provincia de Buenos Aires. Su pasión por el básquetbol comenzó muy de chico, con apenas cuatro años. “Mis padres tenían una pizzería enfrente del club Ricardo Gutiérrez. Mi hermano mayor ya estaba jugando, tenía nueve o 10 años, y yo arranqué yendo con él. En ese momento no había categoría premini, entonces yo tiraba en un arito que había en un costado, que me llegaba a la altura de la cabeza. Así empecé a jugar durante los entrenamientos. Y a los 6 años empecé a jugar en Mini. Esos fueron mis primeros partidos. Y después, cuando nos vinimos a vivir a Mar del Plata, más o menos a los 10, mis viejos pusieron una pizzería a una cuadra del club Quilmes. Y así seguí ligado al básquet”, repasa.
“Mientras mi hermano y mi viejo instalaban el negocio, yo me iba a ver partidos de preinfantiles a Quilmes. Todavía era Mini. Ellos jugaban como preliminar de la Primera. En ese momento no existía la Liga Nacional y los torneos locales eran fuertes. Cada equipo tenía dos extranjeros. Empecé jugando en Mini e hice todo el proceso de inferiores, de las selecciones de Mar del Plata y Provincia de Buenos Aires. En mi camada ganamos todos los torneos en la ciudad. Teníamos un grupo de jugadores que se entendía muy bien, siempre juntos desde chiquitos. Además, en cadetes integré la Selección argentina para jugar el Sudamericano de Piura, en Perú. Fue mi primer torneo importante, y más vistiendo la celeste y blanca. También estuve en la preselección argentina de juveniles, pero quedé afuera antes del Sudamericano”, hace memoria de sus épocas formativas.
Su amor por Quilmes se renueva día a día. Eduardo se entusiasma cuando cuenta todo lo que aprendió durante el recorrido que desembocó en el ascenso a Primera y en su paso por la Selección argentina mayor. “En Quilmes no había una perspectiva de participar en los torneos clasificatorios a la Liga Nacional. Solo lo había hecho Peñarol. Cuando arrancó la Liga, yo tenía la inquietud sobre qué iba a pasar conmigo. Venían algunos clubes interesados en querer llevarme porque yo tenía ganas de jugarla, era a lo que apuntaba. Entonces la dirigencia de Quilmes decidió meterse en los torneos regionales, que era la Liga C de antes. Igualmente yo ya jugaba con la Primera en el torneo local. Y en los regionales hicimos todo el proceso hasta ascender a la A, en el 91. De esta manera me llevó más tiempo debutar en Primera, pero creo que todo el proceso me fortaleció y me hizo mejor jugador. Fue una vivencia espectacular, más estando en el club de toda la vida. Me siento orgulloso de eso y de haber jugado tantos años en LNB. Todo eso me llevó a la Selección argentina de mayores para jugar Sudamericanos, Premundiales, un Mundial (Canadá 1994), torneos amistosos en España y Grecia, los Juegos de la Buena Voluntad en Rusia… Todo lo que me pasó en el básquet está ligado con Quilmes. Me siento muy identificado porque lo mamé de chico, es como mi casa. Creo que es algo mutuo, me parece que fui un jugador importante para el club. Hoy llevo a mis hijos y los veo crecer como lo hice yo en su momento. Es como que uno de enamora de la camiseta que representa, siempre fui un comprometido. Algo similar me pasó con Obras. Todavía tengo un sentimiento hermoso por el club”, relata.
Dominé está casado con Silvana. Llevan más de 20 años juntos y tienen tres hijos: Aldana (16), Martina (15) y Matías (8). Todos hacen deporte. Aldana y Matías juegan al básquet y Martina al hockey. Ellos cuatro son su tesoro número uno. Siempre priorizó la familia y los afectos antes de tomar una decisión sobre su carrera. Quizás sea por eso que nunca se desesperó por emigrar a las grandes ligas. “En el ’97 tuve la chance de ir a jugar a Italia. Tenía que hacer el pasaporte pero en ese momento estaba bien acá, no tuve la visión de irme y decidí no viajar. Y en la última etapa de mi carrera tuve la oportunidad de ir a Italia o España, pero me quedaba un año de contrato con Obras y quería cumplir. Ni lo pensé. Fue una experiencia que no se si me hubiese gustado o no, pero no me arrepiento de las decisiones que tomé”, afirma.
Y continúa: “El básquet es mi vida. En estos años entrené a chicos, estuve trabajando en cuerpo técnico de Liga y ahora estoy como comentarista en la radio. Tuve alguna oportunidad para la televisión, pero no se dio. Siempre ligado al básquet y con las puertas abiertas para hacer cosas. Creo que estoy preparado y tengo condiciones. Siempre me estoy perfeccionando. Lo que sí que todavía no tengo definido algo, porque si no ya lo estaría haciendo. El hecho de estar en Mar del Plata con mi familia me condiciona un poco porque no me quiero mover de acá. Me da cosa dejarlos solos por irme a dirigir o hacer algo a otra ciudad. Pero llegado el caso lo tendré que hacer, porque es necesario para mi salud estar ocupado y feliz haciendo lo que me guste. Pero bueno, siempre es difícil congeniar todo. Ya tengo chicos grandes que no se pueden mover de la ciudad. Creo que en algún momento algo se va a dar. Tengo buenos antecedentes como para tener alguna chance. Me refiero a cualquier lugar eh, no es que pienso que tengo que dirigir en Liga Nacional. Estar ligado al básquet es lo que más extraño, a pesar de que adoro estar en casa con mi familia. Esa parte en la que me está faltando. Con la radio estoy todos los partidos en la cancha, pero no es lo mismo”, asegura.
¿Le quedaron cosas pendientes en su carrera? “No. Como deportista profesional uno siempre apunta a más, pero todas las vivencias que tuve, positivas y negativas, me fortalecieron como persona. Si de objetivos hablamos, el sueño de todo jugador es estar en la Selección argentina y eso se me cumplió. Jugué bastante tiempo y llegué a un Mundial. Después, a nivel colectivo, hubiese estado bueno haber salido campeón de la Liga, pero es muy difícil, no todos los días pasa eso. Hay muchas circunstancias que atentan para que eso suceda. Tuve posibilidades de jugar en Europa y no se dieron, pero tampoco siento que sea algo que me haya quedado pendiente. Hubiera o hubiese son palabras que nunca utilicé, no pienso así. Estoy muy contento con la carrera que tuve y con las decisiones que tomé. Desde chico siempre me propuse dejar todo en la cancha y eso es lo que rescato. Si tendría que repetir esta misma carrera, lo haría con gusto”.
“Tenía mucho carácter y era un tipo que se agrandaba ante la adversidad”
Por Carlos “Cachacho” Pascual, relator de la transmisión de radio de la que participa Dominé
Lo que me acuerdo de él por haberlo transmitido es que era un jugador que tenía una mano feroz desde el punto de vista de la efectividad. Sacaba el tiro muy rápido, preferentemente desde tres cuartos, no tanto puerta trasera o de frente al cesto. En sus buenos tiempos, su fuerte no era el rompimiento, no tenía un uno contra uno demoledor porque siempre fue un jugador con la ductilidad para hacer una media penetración, frenarse en uno o dos tiempos y sacar el jump shot, que generalmente era impecable.
Sí corría bien la cancha. Si sacaban el contragolpe podía aprovechar el desbalance defensivo y llegar a proponer la bandeja. Eduardo leía muy bien el juego desde el punto de vista táctico. Era rápido para entender las jugadas y buscar su lanzamiento. En ese aspecto era voraz, tenía el aro entre ceja y ceja, y raramente la pelota le iba a llegar con chances de volver a pasarla. Si le daban el balón terminaba resolviendo él. Para bien o para mal, pero siempre haciendo uso de su ataque. Toda su libido basquetbolística estaba puesta en la ofensiva, por eso no lo recuerdo como un gran defensor.
Dentro de lo que es el contexto de la construcción de un jugador, tenía mucha personalidad. Era un tipo que se agrandaba ante las puteadas y la adversidad. Lejos de amedrentarlo, un roce con un rival o un llamado de atención de su entrenador lo potenciaban. Siempre la reacción era positiva, su carácter lo hacía emerger de situaciones complicadas. Y a medida que fue ganando chapa, empezó a hablar más con los árbitros y planteaba situaciones que a la larga lo terminaban favoreciendo. Fue tomando confianza, más allá de que se haya comido un técnico alguna vez.
Goleador histórico de Quilmes, goleador histórico de Obras, jugador de Selección argentina. Un tipo que a medida que fue creciendo pasó a ser un referente en el vestuario. Y siempre muy profesional a la hora de perfeccionar su tiro.
En su faceta de comentarista es cada vez mejor a medida que pasa el tiempo, porque gana en confianza, tiene facilidad de palabras y cuenta con la ventaja de haber jugado y saber explicar determinadas situaciones del juego que están incorporadas en su cabeza. Sabe que es lo que va a suceder, incluso en situaciones anímicas o psicológicas de un partido. Todo ese tipo de cosas son las que él aporta desde su conocimiento como profesional. Habla como jugador, no como periodista. A medida que uno le fue dando confianza se fue soltando y hoy ofrece la posibilidad de ver el juego y de sentirlo desde el jugador. Yo creo que tiene un futuro muy bueno si es que sigue alimentando sus ganas en esta actividad.
Eduardo es muy buena gente, siempre está de buen humor. Se nota que el ambiente lo recuerda con mucho cariño, más allá de alguna escaramuza que tuvo con algún jugador o entrenador.
Fuente: Prensa Obras
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