Cuatro segundos en el reloj, no hay más tiempos muertos y los de la celeste y blanca quedan anonadados. Sin embargo, en todo deporte están los elegidos, los tocados por una varita mágica que ven todo más lento y siempre se encuentran adelantados en su cerebro. El tiempo va deviniéndose y la pelota cae en las manos santas de un tal Emanuel Ginobili, quien con apenas décimas de segundos lanza una palomita mágica y queda tirado en el suelo.
Vencido y descansando como los soldados luego de un enfrentamiento fatídico, el número cinco puso a un equipo, a un país a sus pies. Un argentino que logró hacer lo que alguien nunca antes pudo lograr: hacer olvidar el fútbol por unos segundos y poner en lo más alto de todo al deporte de la naranja.
La palomita de Manu crece su mito con los años y, como el vino, mejora su relato al pasar los tiempos.
Un tiro que fue el presagio de algo mucho más grande, ya que luego la selección se colgaría la dorada en el pecho tras dejar en el camino al mismísimo Estados Unidos. Un lanzamiento que además fue una revancha, luego de que Yugoslavia haya vencido dudosamente a los argentinos en el mundial anterior. Un tiro que forjó el carácter de esta generación dorada con terquedad, lucha y sacrificio.
La del zurdazo de Manu es quizás la anécdota de la generación del 2000. Aquella generación que no pudo ver a Maradona, pero que por suerte supo disfrutar de un Ginobili que puso a la Argentina en lo más alto del baloncesto mundial.
Un jugador que rompió todos los esquemas, alguien que hasta el día de hoy sigue siendo estandarte en los San Antonio Spurs y un ejemplo de persona del que todos hablarán cuando sean grandes. Un mito, una leyenda, un presente. Se le puede poner cualquier adjetivo. Sin embargo, ninguno será suficiente. Él se encargará de añadir otro más.
Nota:
Ignacio Miranda
En Twitter @nachomiranda14
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