Eslovenia firmó su día baloncestístico más feliz al asegurarse la primera medalla de su historia. Y lo hizo a lo grande, como un campeón, tumbando con todas las de la ley a una España que perdió su corona desde el primer minuto de partido.
Doncic volvió a desafiar al Tiempo, a ese que se escribe con mayúsculas, acariciando el triple doble (11 puntos, 12 rebotes, 8 asistencias) en todas unas semifinales continentales, Dragic (15) volvió a ser el principal artillero del equipo, Vidmar (12) fue gigante en ambas zonas y Prepelic (13) demostró que ni él ni los suyos tuvieron jamás miedo de su rival, por más méritos o récords que acumulara por el camino.
La lluvia de triples eslovena desquició desde el primer cuarto (19-25) a una Selección Española que resistió con orgullo al descanso (45-49) para venirse abajo en el tercer periodo, en el que acabó siendo doblado (12-24) por su rival, que con la final en el bolsillo se dio un auténtico homenaje en los diez minutos finales. España quiere cerrar su campeonato -¿o tal vez una era?- con el bronce, mientras que Eslovenia, que sigue sumando sus partidos por victorias (¡y van 8!) desea hacer aún más grande su cuento de hadas.
Una declaración de intenciones
"Es el mejor equipo del Eurobasket pero no tememos a España". No hacía ni cinco minutos del final del Eslovenia-Letonia, un homenaje al básquet, un clásico moderno, uno de esos partidos de videoteca para presumir dentro de quince o treinta años, y Prepelic ya pensaba en las semis. El órdago, sobre la mesa.
Eslovenia no dejó amilanar con la canasta inicial de Marc Gasol, un chupito de agua en mitad del desierto en la pintura durante los primeros minutos. No se puede decir que Eslovenia no avisara. Fueron de cara. A la primera, triple de Randolph. A la segunda, triple de Blazic (2-6, m.3). Los de Scariolo, sin opciones de encontrar a sus pívots, se perdían también en el exterior, incapaces de encontrar aro, con Navarro superado. Únicamente Ricky Rubio, qué delicia verle con confianza, mantenía con 6 puntos a los suyos en el encuentro, si bien Eslovenía se sentía dueña del choque.
La situación intimidaba. No por nueva, ya que Croacia, Alemania e incluso Turquía humanizaron durante muchos minutos a España, sino porque los eslovenos eran mucho más que las víctimas ya caídas por el camino. El equipo invicto, el del hambre, el del talento, el del trío imponente, ese en el que los suplentes creen y se lo creen. Y en el que los titulares deciden. Dragic y Doncic replicaron pronto a Rubio y la escuadra empezó a crecer frente a la previsibilidad española. Aparecía Nikolic, saludaba Vidmar. Y hasta Zagorac se atrevía a saltarse el protocolo contra el vigente campeón (12-19, m.9).
La sensación de déjà vu volvió a llenar cada palmo del parqué cuando el Chacho Rodríguez salió a desatascar a su equipo, rompiendo el monopolio de Ricky y los hermanos Gasol -hasta el 9º minutos, solo ellos tres habían anotado- y regalándole otra canasta a Oriola para hacer menos fea la situación. O, al menos, eso creía. Con Dragic en pista todo es posible. La estrella rival se sacó de la chistera un escandaloso triple a tabla más adicional -que no aprovechó- para cerrar el cuarto con 6 de ventaja (19-25). Banderas eslovenas al viento, caras largas en el rival. Si el miedo era un protagonista más de la batalla, el asustado no era precisamente Eslovenia.
Un grito en el limbo
La estadística, ese falso amigo que siempre se reserva alguna verdad por decirte, solo se podía ver con exclamaciones. Cuatro españoles con puntos en su casillero frente a cinco eslovenos que ya se habían estrenado desde el 6,75. A un lado, unos celebrando como si fuera una canasta ganadora el primer triple... ¡tras 7 fallos previos! Al otro, Prepelic, nadie le podrá decir jamás que no es un tipo sincero, sumando el séptimo acierto exterior en nueve intentos para su selección.
En esos momentos, eso sí, la Selección Española mostraba una cara diferente. Rodríguez daba ideas que Willy transformaba en canasta, Sastre aportaba tranquilidad y Ricky, en su regreso a la cancha, seguía en trance de lucidez par que sus compañeros se metieran de lleno en el choque (33-35, m.15). La pregunta, en el momento en el que Randolph anotaba la 9ª canasta de tres del conjunto de Kokoskov era una: ¿Hasta cuándo duraría ese sobrenatural 75% desde el exterior? A falta de respuesta, la reflexión sonaba optimista: si aún así, España resistía con vida, un escenario más normal de encuentro podría serle muy favorable. Castillos en el aire.
No obstante, esos buenos augurios parecían confirmarse cuando Pau Gasol, tras colgarse del aro con rabia a pase de Rubio, volvió a gritar con la mirada perdida (38-40, m.17). El orgullo de un ganador. El grito que cambió por siempre aquel partido frence a Francia de 2015, eterno para él y para todos los que lo vivieron. Esa vez, los galos temblaron al verle con los ojos inyectados en sangre. Hoy, Eslovenia ni se inmutó. Si alguien dudó, el líder espiritual Prepelic, le convenció pronto de lo contrario. Suya fue la canasta que abrió un parcial de 0-7 (38-47), que solo a duras penas pudo responder España, para irse 4 abajo al descanso: 45-49. 20 minutos de lluvia... y la tormenta ni siquiera había comenzado. El grito de Pau se había quedado en el limbo.
La revancha de 2009
Lakovic botaba el balón desde la línea de personal, a falta de medio minuto para el bocinazo definitivo. Semifinales del Eurobasket 2009. Eslovenia, dos arriba. Su tobillo destrozado. Y sus manos nerviosas, incapaces de anotar sus dos intentos. Nunca perdones a un caído si por ahí anda Teodosic. Milos, sin clemencia, se levantó en la siguiente jugada para convertir un triple apoteósico que mandó el encuentro a la prórroga, donde Serbia sentenció su pase a la final. Los eslovenos, con lágrimas en los ojos, vieron impotentes en la consolación a Grecia arrebatándoles el bronce por un solo punto.
Es imposible no tener hambre cuando todo tu país sueña y sueña con una medalla que nunca ha llegado. Es imposible pedirle a Blazic que no se colgara en cada uno de los dos contraataques con los que estrenó el tercer cuarto tras tantos años de espera. El golpe de estado al partido, al campeonato, y quién sabe si a toda una etapa, era un hecho. Los de Scariolo, nuevamente erráticos desde lejos, nuevamente espesos con los titulares en pista, de repente se encontraban 10 abajo cuando Vidmar culminaba con facilidad el 0-6 de parcial. Rubio, rompiendo una sequía que duró casi cuatro minutos, retrasaba lo inevitable. E incluso San Emeterio se vestía de espejismo con un triple (50-57) para que el autoengaño continuara unos minutos más. Quién iba a imaginar entonces, con 15 minutos por jugar, que el actual campeón acababa de mostrar su última constante de vida.
Todo cayó por su peso, como cayeron previamente todos los rivales de España en la mejor racha del siglo en un Europeo (13-0). Eslovenia fue mejor y su baloncesto, absolutamente atractivo y tentador, empezó a dictar sentencia. "Hay que jugar perfecto para ganarles", pedía Vidmar horas antes de cenar carne de pívot español en la zona. Siempre un paso antes, siempre un poco más listo, más vivo, más acertado. Randolph hacía más grande la brecha con el enésimo acierto lejano de su equipo y Dimec, quién lo hubiera dicho, ponía el último clavo del ataud español con un 2+1 que puso fin a cualquier emoción postrera (52-68, m.28).
Ni siquiera el recurso del Chacho funcionaba esta vez frente a un conjunto dispuesto a morir en pista por un balón. Y a 'matar' por una medalla. Con Randolph convirtiendo otro triple imposible para responder el de Marc y Doncic acercándose más y más a un triple-doble para reescribir libros de historia, el tercer cuarto murió feliz para Eslovenia (57-73), a diez minutos de la página más bonita de toda su trayectoria.
Un día para la historia
Qué lejos queda aquel 25 de junio de 1991. La Guerra de los Diez Días casi se recuerda en blanco y negro en un país que, antes y después de su independencia, siempre respiró baloncesto, en un país que adora este deporte, que lo dignifica, que le dio color y ruido a las frías -en este campeonato- gradas de Estambul y que empezó a llorar canastas en lugar de aplaudirlas. La final estaba ahí, su pasaporte tenía sello.
Prepelic, con su triple inicial, le gritaba a Europa que no tenía miedo ni siquiera al próximo domingo. Y, a pesar de la tímida reacción del equipo que defendía su corona (62-76, m.32), otra vez Vidmar congeló el poco fuego que salía de su rival. Dragic era Brezec, era Slokar, Nachbar o Becirovic cuando clavaba el 14º triple esloveno para elevar la máxima hasta los 21 (62-83, m.35). Doncic era Zdovc, Begic o Udrih con cada gesto de magia (11 puntos, 12 rebotes, 8 asistencias), con cada sonrisa de genio. Nikolic se disfrazaba de Tusek, de Milic, de Lorbek o de Smodis. Todos eran presente y todos fueron pasado, por los que lo intentaron sin suerte, por los caídos en 2009, por la venganza de 2011, por el sueño de 2017.
La Selección Española, entre enfados, fallos incomprensibles y balones burlones que, simplemente, no querían entrar, se despedía de su anhelo de oro con una bofetada en forma de derrota por 20 puntos (72-92), mientras su rival, el del 8-0, el del torneo perfecto, se prometía a si mismo que dentro de medio siglo no será el 14 de septiembre el día que se recuerde sino el 17. Lakovic, héroe y villano hace 8 años, apretaba los puños desde el banquillo sin disimular esa sensación única de cerrar por fin una herida.
Fue, aquel último de España, un oro imposible de olvidar. Fueron 10 semifinales seguidas. Y puede ser, como en Río, una nueva medalla, de esas que se ganan con melancolía y se disfrutan con los años, si la Selección Española es capaz de recordar la lección que le enseñó Eslovenia antes de su último episodio de este cuento en Estambul. Y es que sin miedo... ellos una vez conquistaron el mundo.
Crónica: Daniel Barranquero - ACB.COM
Fotos: FIBA.com
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