¡Otra vez sopa!

• 18/06/2004
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En las últimas horas el básquetbol argentino, a través de sus representantes, nos está ofreciendo más de lo mismo. Que en sí no es intrínsecamente malo, pero sugiere que “está todo perfecto” y en rigor resulta distante de serlo.

Por un lado Rubén Magnano volvió a decantarse por el mismo grupo de jugadores (sin olvidar ninguno, ¿eh?) que le dio --como máxima satisfacción-- el subcampeonato mundial.

A algunos pocos nos quedó la sensación de que en Indianápolis incluso se hubiera podido aspirar a más con sólo un par de modificaciones (Herrmann y Kammerichs por Victoriano y Gutiérrez).

Y quienes lo escribimos antes de, y no después de, sentimos que tenemos alguna autoridad como para ejercer el derecho de manifestarnos nuevamente en desacuerdo con su elección, más allá que abrió una puerta ya que dejó un lugar vacante.

Ahora, los once ya seleccionados para los Juegos Olímpicos son Montecchia, Sánchez y Victoriano, bases; Ginóbili y Palladino, escoltas; Sconochini y Nocioni, aleros y Oberto, Scola, Wolkowyski y Fernández, interiores.

Su insistencia en incluir tres bases en esta ocasión tiene su razón de ser, aunque sólo como prevención, habida cuenta que existen dudas respecto de si Montecchia llegará físicamente a pleno. Pero si el “Puma” se muestra en plenitud, la función estará cubierta.

A todo esto, en el ensayo que propone, cuesta acompañar su decisión de convocar a Victoriano por encima de Daniel Farabello y Prigioni.

Destinar a Carlos Delfino (próximo a incorporarse a los Detroit Pistons, nada menos) al Sudamericano y no directamente para Atenas suena extraño. Tanto como que ni siquiera reclutó a Hernán Jasen para la competición a desarrollarse en Campos. Uno en Italia y el otro en España, hicieron méritos más que suficientes para ganarse un lugar en cada una de las listas. ¿Y Juan Espil? ¿No sigue siendo el mejor anotador argentino?

Tenemos que Magnano sigue apostando a su tropa, con una fidelidad digna de mejor causa. Y queda claro que nadie discute a sus oficiales (Ginóbili, Oberto, Nocioni, Scola, etc.), pero en la elección de los soldados vuelve a dar lugar al disenso.

Ahora, si bien todo lo que antecede es materia opinable, donde no hay “tutía” es en el segundo aspecto que deseamos abordar. Se trata de los “Diez Mandamientos” que dio a conocer la Asociación de Jugadores.

En esa pretenciosa --y en algunos párrafos desopilante-- enumeración de consejos, el nucleamiento vuelve osadamente a reiterar derechos, pero ni se le cruza por la cabeza siquiera esbozar una obligación.

Al margen de obviedades como “no firmar un recibo en blanco”, ni el “libre deuda si no percibió la totalidad de sus haberes”, etc. añade recomendaciones y calificativos fuera de lugar.

“Nunca juegues lesionado”, es según y cómo. Depende del grado de lesión y la instancia. “Nunca ceder los derechos federativos a tu club”, y hablar de “esclavitud hasta los 26 años” va desde la exageración hasta la injusticia... y no precisamente en desfavor de los jugadores. Porque como los jugadores siguen “en alquiler”, los clubes jamás logran capitalizarse.

También puntualiza, y a título de “exigencia”, de requerir un “seguro por lesión, enfermedad, incapacidad total o parcial”, lo cual asoma prima facie como difícil de rebatir. Y, sin embargo...

¿Qué seguridades ofrece la AdJ a los clubes?

¿Que observarán adecuado cuidado de su físico y su salud? ¿Que los jugadores van a rendir en la cancha en la proporción del salario que reclaman? ¿Que aceptarán las decisiones de sus entrenadores? ¿Que sabrán mantener buena relación con sus compañeros? ¿Que aceptarán los fallos de los árbitros sin incurrir en faltas técnicas, ni expulsiones? ¿Que harán tan buena campaña que asegurará jugosas recaudaciones? ¿Que cumplirán con los horarios y los entrenamientos?

¿Que no habrá ningún caso de “doping positivo”?
Qué va...

Vuelven a la carga sobre los clubes, cuyos dirigentes además de haberles dado todo para el aprendizaje (cancha, pelotas, vestimenta, entrenadores y demás gastos) tienen que descuidar sus obligaciones particulares y restar tiempo a sus familias para, entre muchas otras cosas, recaudar dinero para atender sus compromisos con los jugadores. O atender sus caprichos. En ocasiones, también el de sus esposas... Esto dicho sólo por citar, que la lista puede ser bastante más extensa.

Queda, como conclusión, señalar que en la actividad profesional, corresponde de buena fe que beneficios y perjuicios vayan parejos; que haya una correspondencia. Y si la Liga Nacional nació renga, como se acepta, fue precisamente porque no se supo administrar esa premisa.

Puede que algún día, en la AdC hagan el suficiente esfuerzo para encarrilar esta distorsión que, según se ve, amenaza con acentuarse y no corregirse.

Enrique Nocent
Especial para la edición de viernes 18 de junio del diaro “La Nueva Provincia”