Mientras tanto, Quilmes venía a toda marcha al haber obtenido el título de Campeón de la ya desaparecida Liga “C” y con grandes bríos en la Liga “B” (hoy TNA). Lo curioso, es que la gran rivalidad aún persistente y en aumento nació en los escritorios y se multiplicó años después en la cancha.
Es que el club de la Avenida Luro llegó tercero luego de esos problemáticos choques con GEPU de los hermanos Rodríguez Saa y en una asamblea de la Asociación de Clubes pidió ascender porque en la elite solo había 14 equipos y se podía llegar a 16 como ahora, dándole la chance al elenco marplatense.
Pero Peñarol, representado por un caudillo, Enrique Kubo, presentó la moción para que todo siguiera igual y lo apoyó….GEPU, en un mediodía en el club Ciudad de Buenos Aires que Oscar Rígano, hombre de Quilmes, no olvidará jamás.
Recién dos torneos después Quilmes ganó el certamen de ascenso y llegó el primer clásico en Septiembre del ´91. En aquel entonces, Peñarol adujo que la llegada de otro equipo marplatense le restaría público y pondría los sponsors en competencia. Pero se equivocó.
Cuando entró Quilmes, ante la desaparición del duelo Olimpo – Estudiantes de Bahía Blanca, las partidas entre marplatenses pasaron a ser los cotejos cumbres del certamen y ya no sólo interesaron a los habitantes de la Feliz, sino que el concierto nacional del básquetbol lo puso en ese sitial.
La majestuosidad del Polideportivo Islas Malvinas le dio el marco acorde aunque jugar en Once Unidos o el Super Domo tenía su encanto porque el público en estado de ebullición estaba más cerca del parqué para avivar con su fuego de palabras, cantos y arengas, a los suyos hacia delante.
Y si Bien ahora el hecho cobra forma de tradición argumental para las chanzas de unos a otros, cuando Quilmes descendió, Peñarol lo extrañó porque no recaudó lo mismo, porque le faltó sal a una campaña insulsa, el público se dividió y mermó.
Por suerte el bache se cubrió pronto y hoy se apunta hacia arriba con planteles prometedores y entrenadores bien marplatenses, hecho no menor porque suma identidad a un producto tan genuino como los alfajores.
Este partido ha marcado situaciones extremas, antes durantes y después. Llegada o salida de técnicos y jugadores extranjeros, por ejemplo.
Tampoco ha sido para todos. Algunos protagonistas se ha potenciado en ellos y otros no han dado la talla. La chapa de “campeonato aparte” no le queda grande y asegura duelos que envidian el resto de las ciudades o provincias que completan el mapa de la Liga Nacional.
En definitiva, jugar un superclásico es una experiencia única, dicho por los mismos protagonistas. Las Máscaras de Shakespeare se recrean en 40 minutos. Aturde el reclamo popular y entonces la técnica debe someterse a la adrenalina. Es un hecho único e indescriptible, que por fortuna, tenemos aquí nomás. A pocas cuadras.
Rodolfo Puleo
www.pickandroll.com.ar
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