No es tan fácil; ver el discurso de Emanuel Ginóbili sin emocionarse, escribir al respecto, sobre todo en estos tiempos en los que vos, que estás leyendo estas líneas, seguramente ya lo viste mil veces antes de posar la vista sobre la pantalla, y sabés de memoria cada gesto y cada palabra que esbozó anoche en el Naismith Memorial Hall of Fame.
No es fácil replicar lo que ya se sabe, lo que ya se dijo hasta el hartazgo. No es fácil titular sin caer en lo usual, en lo gastado, ni tampoco dejar de faltarle a la premisa periodística que dice que no se puede escribir en primera persona.
Lo que ocurrió en la noche de Springfield fue algo que ni el más loco podría haber imaginado hace veinte años atrás, por supuesto ni el propio Manu. Su inducción al Salón de la Fama es un hecho de ciencia ficción, guionado y dirigido por alguien a quien no conocemos, o sí: El propio Emanuel.
Todo el lujo y el buen gusto a disposición del mejor basquetbolista argentino de todos los tiempos para darle marco a un cierre excepcional, un punto final de una carrera increíble, tanto para Manu como para todos aquellos que amamos el básquetbol, y alguna vez picamos una pelota.
Su atuendo lo decía todo: Impecable traje y unas Nikes que llevaban los colores de los Spurs, con la referencia a los cuatro anillos conseguidos en su carrera, como así también a la selección argentina, y la ineludible mención al oro en Atenas.
Su discurso fue emocionante, de principio a fin. En el medio hubo chistes, claro, porque cada vez que Ginóbili enfrenta una cámara parece que nació para eso, y no para ser un jugador histórico.
Uno podría prever cuál sería el recorrido del speech, los agradecimientos a compañeros, entrenadores y familia, los momentos vividos, las experiencias. Pero entre las emotivas palabras quisiera rescatar que Manu, pese a su estatus de genio del deporte e ícono de toda una franquicia como la de los Spurs, siempre hizo (y hace) referencia al sentido de pertenencia y el valor de lo grupal.
“En jugadores como yo, los premios individuales son logros de equipo. Si estoy acá no es porque soy especial, sino porque fui parte de dos de los equipos más importantes de los años 2000: Los San Antonio Spurs, con los que ganamos cuatro campeonatos de la NBA, y la selección argentina, con la que ganamos el oro olímpico en 2004; también una Euroliga en Virtus Bolonia con el coach Messina”.
Quien lo haya escuchado realmente sabe que no existe falsa modestia en estas declaraciones. Pero rápidamente aclaró: “Hoy también quiero hablar de los de los equipos que no fueron tan exitosos, pero que ara mi fueron peldaños fundamentales para estar hoy acá”, cando llegó el momento de hablar de su bahiense del Norte, ese club que quedaba a una cuadra de su casa.
“Yo picaba la pelota, tiraba y hacía amigos seis o siete horas al día. Era un lugar ideal para desarrollar y fortalecer mi pasión por el juego en una forma muy saludable, y en un ambiente familiar”.
Mencionó su paso por Andino, su vuelta a Bahia de la mano de Estudiantes y su alegría por haber compartido cancha con Sepo: “Tuve el placer de jugar con mi hermano sepo, y que me diera cada pelota”.
Luego llegó el turno de Italia, en Reggio Calabria y Bolonia. “El salto a la NBA pasó de ser un sueño inalcanzable a un objetivo real después de haber jugado para vos (señaló a Messina) y con el hermoso grupo de compañeros que tuve, con los que pudimos ganar la Euroliga. La experiencia italiana para mí fue muy valioso”
El momento standapero tuvo lugar al relatar cuando fue drafteado por los Spurs. “No tenía idea de lo que estaba pasando, ni siquiera sabía en qué parte del mundo quedaba San Antonio”, dijo y desató las primeras risas.
“Ustedes ya saben esa parte de la historia. Los Spurs fueron una gran familia, un gran apoyo para mí, durante dieciséis años. Siempre jugando para el mismo entrenador, con prácticamente los mismos jugadores, representando los mismos colores, y la misma ciudad. Tuvimos tantas victorias y derrotas, tantos amigos y tantas experiencias increíbles”, otra vez Ginóbili y su sentido de pertenencia.
Luego de dedicarles palabras muy sentidas a Gregg Popovich, Tony Parker y Tim Duncana, como a muchos otros compañeros de ruta en San Antonio (Matt Boner, Bruce Bowen, Thiago Splitter, Patt Milss y Boris Diaw), llegó el momento albiceleste de la velada.
“Al mismo tiempo que sucedía todo en San Antonio, tuve una carrera paralela con la selección argentina. Que fue tan nutritiva, completa, excitante y divertida como lo fue con los Spurs”.
Y cuando les tocó el turno a los compañeros de la selección, sostuvo: “Valoro mucho nuestro recorrido, los campeonatos ganados – por supuesto -, pero las desilusiones también, que nos unieron más. Las charlas, los viajes cansadores. Las cenas muy tardes, y los desayunos tempranos. El jet lag. Todo valió la pena, los amo”.
Fue muy difícil pensar en qué y cómo escribir. Porque los tiempos cambiaron y las emociones afloran. Pero entre tantas frases que podrían decorar de la mejor manera este artículo, creo que esta última redondea todo lo que se ha vivido alrededor de una carrera impresionante y magnífica: Todo valió la pena.
Sebastián Ciano
@Seba_Ciano
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