Todos juegan para ganar. De este axioma se desprende los que lo hacen de cualquier manera y los que buscan belleza en su camino. Es bueno dejar en claro esto para seguir hablando de básquetbol.
Cuando los inventores de este deporte se dieron cuenta de que la supervivencia del básquetbol residía en el espectáculo crearon el show-business. Y mal no les fue. El público como finalidad fue una premisa que lejos está de nuestras canchas. Hoy, esta mediocre Liga nacional, sumida en la misma crisis que aqueja al país, cada vez tiene menos alegrías.
Dentro de este marco aparece la vuelta de Hernán Montenegro, un jugador distinto por su talento, visión de juego, carisma e ideas sobre el resto. Y con él vuelve a ponerse sobre el tapete la condición de alegría que le hace falta a estas tierras. “La cultura es la sonrisa”, manifiesta León Gieco y mucho tiene que ver el deporte en la cultura.
Ahora bien, aquellos que esperan un análisis táctico sobre el acople de Montenegro al equipo, esperan también que este jugador haga cosas que seguramente hoy no podrá. Lo importante de la vuelta de Montenegro no es que Peñarol podrá ganar más o menos partidos, más bien su valor radica en el cambio de mentalidad de un grupo que perdió la sonrisa a fuerza de problemas.
Con o sin Montenegro, que Peñarol salga campeón esta muy lejos, y salir quinto o noveno no significa nada. Quizás la frase que inmortalizó Antoine de Saint-Exupéry, tenga razón “lo esencial es invisible a los ojos, no se ve bien sino desde el corazón”. Y tiene mucho que ver para estos tiempos de pragmáticos resultadistas.
Además, para los que insisten en cuestiones de juego -y quieren saber qué dará “El loco”- vale aclarar algo: “Sebastián Ginóbili solucionaría el 50% de los problemas que tengo, pero acá no lo puedo traer”, me contó Romano en la antesala de esta liga. Quizás estas palabras grafiquen mejor los problemas de un equipo que cambió a tiempo para volver a la victoria.
Es mejor pensar que el próximo miércoles, a la hora del regreso, darán ganas de ir a la cancha y sentarse a ver basquet, y entre tantas penas que hoy nos siguen, nos arranque una sonrisa.
Pablo Tosal
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