La NBA es un mundo aparte dentro del básquetbol, formado y administrado mediante la idiosincrasia de una forma de entender el deporte en general, y éste en particular. Por eso siempre fue tan difícil para los extranjeros pisar fuerte en la mejor liga del mundo, incluso en estos tiempos de globalización total.
Y si no, que se lo pregunten a Pablo Prigioni, dueño de un estilo y de una forma de sentir el básquetbol que no condice con el que se pregona en los Estados Unidos, pero que de todas formas logró – a sus 38 años – ser parte importante de uno de los máximos candidatos al título de la NBA.
Claro que para ello nada fue fácil; mucho menos previsible, sobre todo tras una nefasta temporada en New York, equipo que terminó con la peor campaña en la historia de la franquicia.
Sin embargo, su traspaso a los Houston Rockets no solo le hizo bien en lo personal - acostumbrarse a perder es lo peor que puede llegar a ocurrirle a un profesional, deportivamente hablando – sino también le dio un panorama bien distinto: Paso de esperar el final de la fase regular y planear las vacaciones a ir el busca del anillo de campeón.
Su primer partido con la camiseta de los Rockets fue el 21 de febrero; victoria ante los Raptors 98 a 76. Allí jugó cuatro minutos y alcanzó a repartir una asistencia. Desde ese momento Prigioni tuvo que empezar a aclimatarse a un nuevo equipo, con todo lo que eso implica (sistema de juego desconocido, traslado familiar, etc).
Kevin McHale no demostraba demasiada confianza en el recién llegado, a pesar de su vasta experiencia a nivel internacional. La idea de juego de la ex gloria de los Boston Celtics no se emparenta con la del cordobés, más propenso al juego de mitad de cancha y control que al desorden en el que a veces caen los Rockets.
Pero hubo un punto de inflexión. El 30 de marzo Houston anunciaba que su base titular, Patrick Beverly, no jugaría más por el resto de la temporada ya que debía operarse de su muñeca izquierda. El panorama era distinto.
Con la baja de Beverly, Prigioni quedaba como el único base natural en el plantel. No obstante McHale optó – y continúa haciéndolo – por iniciar con la dupla Jason Terry y James Harden para repartirse la tarea del armador.
Pero, partido a partido, Prigioni fue engranando y le demostró tanto a su técnico como a sus compañeros que sabe bien de qué se trata esto de comandar las ofensivas de un equipo. Si bien McHale busca jugar a otra cosa, y al compartir la cancha con Harden pareciera que su único rol fuese el de hacer balance defensivo, a fuerza de talento y su visión de juego el argentino fue ganándose cada vez más minutos; mientras que antes de la lesión de Beverly jugaba 14 de promedio, tras la baja éste subió a 22 minutos.
Un estilo tan necesario para un equipo que suele caer en el descalabro ofensivo, sumado al conocimiento que significan 16 años en la elite del básquetbol mundial y al saber aprovechar la oportunidad ante la mala noticia de la lesión de un compañero hicieron que Prigioni hoy sea tenido en cuenta y que se lo pueda ver llevando al deporte argentino bien alto. Así lo demostró en el séptimo partido frente a los Clippers, y buscará continuar haciéndolo a partir de hoy ante los Warriors.
Sebatián Ciano
Twitter: @Seba_Ciano
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Juan 19/05/2015
Genio, un inteligente. Gran base, de esos que no queremos que se retiren nunca y menos de la Selección Argentina.
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